Hay golpes y golpes en la vida, no todos tienen la misma dimensión ni el mismo impacto dentro y fuera de nosotros. Algunos se muestran tiránicamente, entran sin llamar a la puerta, sin avisar, ni tan siquiera los ves venir, aparecen y punto.
Nada podemos hacer frente a ellos cuando la magnitud de su violencia es altamente superior a nuestras capacidades. El desgarro, el desasosiego invaden nuestra alma, el mundo se hunde y nuestra vida también.
En un abrir y cerrar de ojos lo que existía alrededor nuestro, ya no existe.
Nos damos cuenta de que la pérdida es la que se apodera del presente del aquí y ahora. No hay opción de volver a recuperar lo perdido. A veces, cuando perdemos algo nos acogemos a la posibilidad de que tal vez podamos encontrarlo de nuevo. Aquí no, la casa, el negocio…no los encontraremos, se han ido, se han perdido para siempre.
También se han ido personas que amábamos, padres, madres, hijos/as, primos/as, hermanos/as, abuelos/as, tíos/as… ¿cómo vivir sin ellos? No es la pérdida lo que más duele, es sentir la ausencia de su presencia la que provoca una gran desazón en lo más hondo del corazón. Estaban presentes, y de repente están ausentes para siempre.
¿Cuándo es el momento de hablar de reconstruir, de mirar a futuro?
Creo que no existe una respuesta para esta pregunta.
Unas personas necesitan años para asumir con serenidad la muerte de sus seres queridos, de sus vidas, otras meses, y algunas, no consiguen superar la fase de la negación o la resignación más absoluta. Sienten que sólo tienen fuerza y energía para sobrevivir, no para vivir.
Hay músicas de fondo que van sonando y diciendo que el tiempo lo cura todo. Es la melodía de la esperanza, de creer que puede haber un poquito de luz en medio de tanta oscuridad.
No tengo la autoridad moral para decir si eso es así o no.
Desde mi vivencia personal con experiencias dolorosas, que han dejado heridas profundas en mi ser, el tiempo tal vez no lo cura todo, sí me ayudó a crear distancia y cada día que pasaba era un paso más hacia adelante en tomar y ganar perspectiva. Esa distancia permite sentir el dolor, el pinchazo en el corazón con menos intensidad, sigue doliendo, ya no escuece, o escuece menos. La herida empieza hacer costra.
Además del tiempo, se necesita una cierta disciplina, voluntad para recuperar rutinas, crear otras nuevas, permitirnos el apoyo de personas de nuestra confianza, hacer cosas que nos distraigan y nos den una cierta sensación de bienestar.
Son experiencias que nos transforman, no somos las mismas personas de antes, probablemente, nuestros valores y prioridades transmutan.
Sobrevivir o vivir, esa es una elección personal.
Si la opción es vivir, estaremos abiertos a crear una nueva vida. Es probable que requiera de un trabajo artesanal de nuestra dimensión emocional y espiritual para aceptar lo acontecido.
La aceptación nos invitará a sentir que si es posible vivir serenamente con las ausencias de lo que tanto amábamos. Ese puede ser un punto de luz para ver y abrirnos a la posibilidad de construir una nueva vida. Es entonces cuando el recuerdo de las personas ausentes envuelto de tristeza se transforma en una vibración de amor y gratitud por los momentos que la vida nos regaló junto a ellos/as. Sentimos su presencia en nuestro corazón.