Cuando cada uno de nosotros organiza sus planes individuales o los de su familia lo hace de forma muy diferente de cuando se pone a organizar los asuntos laborales y de la empresa. No solemos pensar que podríamos extrapolar una forma de pensar y de operar de un ámbito a otro.
Por ejemplo, cuando proyectamos el futuro de nuestros hijos lo hacemos desde que nacen y a 20 años vista apuntándolos en una escuela particular, poniéndole la camiseta de fútbol de nuestro equipo favorito o haciéndole escuchar nuestras canciones preferidas.
Apuntamos, casi sin pensar, a un futuro deseable sin que esto nos de ninguna pereza. A la vez, vamos eligiendo lo mejor para ellos dentro de nuestras posibilidades, ajustando la economía de recursos y adecuándola a cada momento vital por los que atravesamos como familia.
Deseo, futuro, dirección y adaptación
Sostenemos dos balones a la vez: lo desaseado y querido para nuestro hijo y las oportunidades que podemos darle cada vez, sosteniendo el norte que nos hemos marcado y adecuando al máximo nuestras posibilidades para poder llegar a él.
Mi pregunta es ¿porqué no podemos pensar de igual manera dentro de una organización?
Es obvio que, en los tiempos que corren, las posibilidades se ven limitadas, sin embargo, ¿por qué perdemos el norte?, ¿por qué renunciamos a lo deseable?, ¿por qué no podemos pensar de forma creativa para no renunciar a lo verdaderamente importante para nosotros?
En los momentos de cambio vitales, como país o como organización, los valores emergen como un iceberg y tenemos que volver a preguntarnos por el sentido de cada cosa que hacemos.
Ahora bien, ¿es eso malo?