A punto de entrar en la primavera, llega el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, cuando todos nos acordamos de la desigualdad entre géneros y de los techos de cristal y cuando todos los medios de comunicación se inundan de noticias, debates, etc. sobre la situación de la mujer.
Más allá del día señalado, cada vez somos más quienes tenemos presente este asunto durante todo el año; quienes, desde nuestro lugar, tratamos de que las condiciones y las oportunidades sean iguales para todos, hombres o mujeres; y, también, quienes vemos que las diferencias de género son obvias y enriquecedoras.
Igualdad no es café para todos
A veces, nos empeñamos en decir que igualdad significa querer lo mismo para hombres o mujeres, pensando que lo contarío sería descriminatorio. Sin embargo, ¿podría ser que igualdad fuera querer algo diferente?
A través de la mirada que entrena el coaching ejecutivo, he descubierto que las diferencias no son limitantes, al contrario, que vividas desde la legitimidad, la autenticidad y el respeto mutuo, las diferencias son enriquecedoras. En concreto, las distinciones de coaching permiten elegir desde qué mirada queremos ver el mundo y hacerlo sin discriminar otras miradas distintas a la nuestra.
¿Qué hay de malo en distinguir entre hombres y mujeres? ¿En decir bien alto que no somos iguales, que somos diferentes? ¿En enseñar desde pequeños a gestionar las diferencias entre unos y otras? ¿En usar las diferencias para empoderarnos, para avanzar? ¿En no verlas como un obstáculo?
Estoy hablando de aceptación
Desde esta aceptación de las diferencias pueden mejorarse las relaciones y la comunicación entre personas, atendiendo a las necesidades del otro sin renunciar a las propias.
Este es, en mi opinión, el principal obstáculo en el tema de género: cómo se establecen las bases de las relaciones entre hombres y mujeres, y de estos con la sociedad. En esto tenemos que ver mucho todas las partes: hombres y mujeres… todas las personas, en definitiva. Podemos relacionarnos desde la sumisión, la violencia, el menoscabo, desde el respeto o desde el amor.
En nuestras manos
Cambiar la forma de relacionarnos necesita, además, de unas bases sociales, educativas y legales. De lo contrario, sería como verter oro líquido en un recipiente lleno de agujeros: poco a poco se iría perdiendo el preciado elemento.
Podemos dejar la responsabilidad del cambio en políticos, legisladores, educadores o podemos hacernos cargo y asumir lo que es de cada uno. Podemos preguntarnos qué hacer desde el lugar que ocupamos en la sociedad como padres o madres, como empresarios o trabajadores, como usuarios o facilitadores de servicios, como personas con una edad y mucha experiencia, o como jóvenes que inician su andadura.
¿Qué puedes hacer tú para que el oro líquido no se derrame?