Si pensamos que la motivación tenemos que buscarla fuera de nosotros mismos, es decir, que solamente es extrínseca, equivale a pensar que, en los equipos de trabajo, es el líder quien tiene la responsabilidad de motivar al equipo. Si el colaborador deja de hacerse cargo de su propia motivación, se genera una irresponsabilidad en la persona que espera ser motivada.
Desde esta mirada, las personas nos convertimos en seres pasivos que requerimos de otros que nos motiven, en lugar de plantearnos cada uno de nosotros lo que nos motiva y tomar acciones. Es decir, pedir u ofrecernos para que aprezca lo que nos motiva en el trabajo.
¿Por qué perdemos la motivación?
Una de las razones por las que las personas perdemos la motivación cuando estamos en las empresas es porque hacemos muchas cosas por obligación. En ocasiones, sentimos que las personas de mayor autoridad en la compañía deciden acerca de cómo y porqué tenemos que hacer las cosas, sin involucrarnos en las decisiones.
Cuando el líder se comporta así en exceso, hace que las personas sientan que no aportan valor y, como consecuencia, no se motiven y no se comprometan, pues la mayor parte de las cosas las terminan haciendo por que el jefe lo dice, o sea, por obligación.
¿Cuál sería el líder que sí motiva?
El líder que motiva es el líder que produce ciertos desafíos y que, independientemente de las circunstancias, logra que todo su equipo se rete y se comprometa con el objetivo a alcanzar. La felicidad, como dicen los expertos en el asunto, está mucho más relacionada con experiencias de aprendizaje que con el consumo de productos.
En nuestra experiencia acompañando a organizaciones y equipos, el líder que genera un contexto donde sea posible confrontar, debatir y reflexionar, es el que motiva, pues facilita que cada persona encuentre un valor nuevo y diferente conectado profundamente con su motivación intrínseca, con su motivación personal.