De pronto alguien se echa a llorar o declara que se siente triste. Cuando esto sucede, de forma generalizada, nos activamos rápidamente para hacer o decir algo que saque lo antes posible a la persona de la tristeza. Pensamos que así estamos ayudando al otro a gestionar su emoción. Nada más lejos de la realidad.
Cuando le quitamos hierro al asunto, decimos que no es para tanto o aseguramos que se debe al Blue Monday, por ejemplo, no solo no estamos ayudando al otro, sino que seguramente lograremos que se sienta aún peor y más incomprendido. Las emociones no se tapan, no se entierran, no desaparecen así.
Cuando hacemos eso, en el fondo está pasando otra cosa. Lo que estamos tratando de hacer es dejar de sentirnos incómodos nosotros mismos. Tiene más que ver conmigo que con el otro.
¿Por qué nos sentimos incómodos con la tristeza?
La tristeza a menudo se percibe como una señal de debilidad y está mal vista en los entornos profesionales donde solo se quieren mostrar la fortaleza, la productividad, los éxitos. Venimos (¿estamos?) de culturas del Yo puedo y de Los hombres no lloran.
Sin embargo, es importante reconocer la tristeza como una emoción necesaria que proporciona una oportunidad para la reflexión y el crecimiento personal.
En el entorno ejecutivo, abordar la tristeza es un síntoma de empatía que mejora la comunicación y fortalece las relaciones de equipo. Al aceptar adecuadamente estas emociones, los líderes están creando un ambiente más auténtico y cuidando del bienestar de las personas y también a nivel organizacional.
Como coaches, entendemos que el camino hacia la felicidad implica atender a todas las emociones, incluida la tristeza. Para ser felices en el futuro tendremos inevitablemente que haber pasado por determinados momentos de duelo, de despedida, de pérdida, de reconocer lo que quedó atrás. Son momentos en los que el cuerpo nos pide, parar, estar quietos, pensar, sentir… Y lo único que tenemos que hacer es… escucharlo.
Escucha y preguntas empáticas
En un reciente artículo publicado por el New York Times se subraya la importancia de otra herramienta clave para la gestión de las emociones (la otra pata de la escucha): la pregunta. En «Si quieres ayudar a alguien que está alterado, pregúntale esto» se explora una pregunta aparentemente simple pero que logra abrir un espacio para el diálogo y la comprensión genuina.
La pregunta ¿Quieres que te ayude, te escuche o te abrace? es pura empatía. Conectar con lo que el otro necesita es empatía. Dejar de pensar en uno mismo es empatía. Esta pregunta reconoce que la otra persona está pasando por una dificultad emocional sobre la que no tenemos manera de saber, si no nos lo dice y si no se lo preguntamos, cómo nos necesita: si desde la acción, desde la escucha, o desde el cuerpo. No hay nada que debamos saber antes de haberlo preguntado. Nada.
En estos días cortos y fríos, cuando aún nos rondan los excesos de las fiestas y empiezan a aparecer las primeras faltas a los propósitos del año nuevo y que alguien llamó Blue Monday, recordemos preguntarle al otro qué necesita antes de ponernos a solucionar, recordemos la importancia de la empatía, de la escucha y de la pregunta.
Cada uno de nosotros tenemos el poder de transformar estos momentos de tristeza o de incomodidad en oportunidades para fortalecer nuestras relaciones.