Viajar es, sin duda, una oportunidad para abrir la mente y sumergirse en nuevas culturas, nuevas formas de pensar y nuevas maneras de actuar. Recientemente he hecho, el que espero sea, el primero de muchos viajes a Japón. Descubrí un país fascinante muy distinto al que había imaginado.
Me impactó que Tokyo, un hormiguero de casi 33 millones de habitantes, sea tan increíblemente ordenado. Sin papeleras en la calle, ni un solo papel en el suelo. Ni un solo grafiti. Mucha gente por todas partes y todas pulcras. En el metro atiborrado, todo el mundo olía bien y todos los pelos limpios. De los muchos niños pequeños con los que me crucé no escuché ni un grito ni ninguna bulla. Y en cinco días, solo oí dos bocinas de coches.
Por supuesto, me maravillaron los templos. Especialmente sus jardines que, en mi opinión, son la expresión máxima de la delicadeza y el sentido estético de la cultura japonesa.
En un templo de Kyoto entendí la esencia de todo lo que me había estado impactando del país
Un monje hizo los honores de la ceremonia del té y conversamos con él un buen rato. Le comenté que antes de aterrizar en Tokyo, ya me había sorprendido el orden de los alrededores del aeropuerto, el campo, los bosques y las plantaciones de arroz que se veían desde el aire. Todo perfectamente diseñado, medido, alineado y cuidado como si fuese un paisaje dibujado en un cuadro.
"Los japoneses procuran hacer todo con sentido", contestó sonriendo. Esto es, hacer lo mejor que pueden en cada momento, prestando plena atención a la tarea. Añadió que cada individuo japonés tiene en su ADN la responsabilidad de velar por el bienestar común. Dos costumbres que explican las mascarillas para no contagiar un resfriado, el respeto por el otro y por no importunarle en ningún momento, la pulcritud… En definitiva, un sentido cívico y un cuidado por el otro que, al menos en España, hemos olvidado casi por completo.
Es cierto, que los japoneses son casi alérgicos a la improvisación que tan bien se nos da a los latinos y que, a nivel relacional, son tan respetuosos que anulan la espontaneidad y la cercanía, a años luz de nosotros. También me imagino que tanta “contención” tendrá su válvula de escape… una que desconozco. ¡No se puede tener todo en la vida, ni ser perfecto!
Visitar una ciudad como turista es muy distinto a vivir y trabajar en ella
Me ha encantado el viaje, ahora bien, si viviese en Japón añoraría, seguro, nuestro talante mediterráneo, la predisposición a la jarana y las risas con los amigos.
El regreso del viaje me deja pensando si nos hemos pasado de individualistas y si preguntándome si nos sentaría bien hacer las cosas más allá de nuestro propio ombligo, con atención, con sentido, con los demás en mente.