En ocasiones, esperamos de brazos cruzados a que algo suceda, pensamos que nuestra expectativa se va a cumplir sin necesidad de que hagamos nada al respecto. Pero, ¿cómo sabemos que eso que deseamos realmente pasará?
Para la RAE, expectativa es, precisamente, «esperanza de realizar o conseguir algo», «posibilidad razonable de que algo suceda», «posibilidad de conseguir un derecho, una herencia, un empleo u otra cosa, al ocurrir un suceso que se prevé». Y define «a la expectativa» como «sin actuar ni tomar una determinación hasta ver qué sucede».
Vivir pensado que nuestras expectativas «tienen» que materializarse porque es lo justo, o porque nos lo merecemos, o porque siempre ha sido así nos hace permanecer en estado de espera y de inacción permanente.
La expectativa es una conversación interna
Vivir en el mundo de las expectativas se acompaña de conversaciones privadas y de diálogos internos (e improductivos) en los que nos contamos cosas como «no hace falta que le diga lo que quiero, ya lo sabe, me conoce desde hace años» o «el ascenso me corresponde a mí pues tengo más experiencia, lo sabe todo el mundo».
Cuando la expectativa, «sorprendentemente» no se cumple, aparece el sufrimiento y el resentimiento: nos vemos a nosotros mismos como víctimas y no asumimos nuestra parte de responsabilidad en el hecho.
Cuestión de compromiso
Lo contrario a permanecer en la expectativa es atreverse a pedir, a mostrarse vulnerable y a compartir en voz alta lo que estamos necesitando.
Sería, continuando con el ejemplo anterior, pedirle al jefe que nos considere entre los candidatos al ascenso o expresarle a la pareja qué es en concreto lo que esperamos de él/ella. Sería comprometernos activamente con eso que queremos.
¿Qué estás esperando tú que suceda… mágicamente? ¿Qué podrías hacer para colaborar en que realmente ocurra? ¿Cuál sería un primer paso para ti?