Cuando todo se derrumba, siento tristeza

Percibo que estamos en un momento de la historia en el que se están derrumbando empresas grandes, medianas, pequeñas, pequeños negocios, nuestro sistema de creencias, valores, relaciones interpersonales, unas lo están haciendo a alta velocidad y otras a un ritmo más lento, y en medio de ese derrumbe experimentamos un enorme dolor ante la pérdida de un ser amado. Frente este panorama tan desolador, reflexiono sobre ¿Qué nos ocurre cuándo sentimos que la vida se derrumba?

De repente me invade una emoción de agradecimiento a la vida por brindarme la posibilidad de ser observadora y actora de este presente histórico que impacta a la humanidad y al planeta. Este virus, no entiende de clases sociales, ni de territorios, ni de jerarquías, ni ideologías, ni de colores. Silenciosamente llegó y se quedó. Con autoridad nos ha obligado a  cambiar nuestra forma de vivir. No le vemos, no le escuchamos, aún y así le percibimos como un gran enemigo.

Tal vez sea peor que una guerra, en la guerra sabes dónde está el enemigo y puedes protegerte con tu gente, con la comunidad, además puedes abrazarte, los abrazos sirven de consuelo, son reconfortables, y en ese contexto no suponen una amenaza. Ahora para protegernos nos aislamos.

He vivido momentos y situaciones en los que tenía la sensación de que mi vida se derrumbaba, que nada estaba siendo como yo había imaginado y deseado. Es desde esa experiencia, desde esa herida con la que hoy conecto, con aquellas personas que están sintiendo que su vida se les derrumba. Ya sea porque están perdiendo a sus seres más queridos y no pueden acompañarles, acariciarles, susurrarles al oído, o simplemente tomarles la mano y permanecer en silencio unidos. Profesionales autónomos que ven como su negocio, que con tanto esfuerzo, ilusión habían construido de repente las persianas se bajan sin saber qué va a ocurrir con ellos.

Siento mucha tristeza cuando salgo a y veo los negocios cerrados y con pocas posibilidades de reabrir. Desde mi alma conecto, con empresarias y empresarios que con “sus manos” han construido sus empresas con mucho empeño y cariño y se ven obligadas a tomar decisiones que no quisieran tomar. Aún y así las toman para salvaguardar al menos una parte de lo que han construido. Están acudiendo a los ERTES a EROS, y otro tipo de despidos porque es insostenible y necesitan sobrevivir, algunos están al borde de quiebra económica y detrás hay muchas familias…

Y frente al declive de lo económico, están nuestros abuelos y abuelas que están viviendo y afrontando su final de vida o la muerte en completa soledad.

Es un momento de mucho dolor y sufrimiento. Podemos elegir escucharlo o anestesiarnos. Elijo escucharlo, y al hacerlo, siento una enorme conexión y compasión con estas personas porque las contemplo desde mis heridas. Y me pregunto qué puedo hacer por y para ellas y, desde mi paz interior, les proyecto luz y amor porque creo que el AMOR puede ser una estrategia para sobrevivir en estos momentos de tanta dificultad.

Releyendo el ‘Libro Tibetano de la Vida y la Muerte’ he encontrado estas frases que pertenecen a BUDA y que creo que vienen bien:

  • «Lo que ha nacido morirá»
  • «Lo que se ha recogido se dispersará»
  • «Lo que se ha acumulado se agotará»
  • «Lo que se ha construido se derrumbará»
  • «Y lo que ha estado en alto descenderá»

Así es la vida, con perspectiva vemos que nada, nada en absoluto posee el menor carácter de duradero, de permanencia. Somos nosotros que con nuestro sistema de creencias pretendemos que las cosas permanezcan en el tiempo tal y como las hemos conocido. Nos apegamos a lo que conocemos, a lo que hemos creado, incluso a lo que ilusionamos. Genera mucho sufrimiento desear y creer que las cosas siempre continuarán igual.

Otra frase del libro que me cautivó: “Sólo hay una ley en el Universo que no cambia nunca: la de que todas las cosas cambian y ninguna cosa es permanente”.

Dos emociones que aparecen con mucha intensidad cuando sentimos que algo importante se nos derrumba y que va a generar un cambio: la tristeza por la pérdida de lo que perdemos y el miedo a la incertidumbre de no saber que va ocurrir, y a la muerte.

Cuando contemplamos la posibilidad de que podemos morir, nos planteamos cosas muy profundas que tienen que ver más con la sabiduría que con el conocimiento.

Las personas que han sentido estar muy cerca de ese umbral de la muerte, cuentan que es en ese instante cuando reflexionan sobre su forma de vivir, de comportarse, de sus hábitos. Empiezan a distinguir, lo que realmente supone un valor para ellos y poseen la claridad suficiente para discernir lo que realmente es esencial. Se dan cuenta de la necesidad de renunciar a algunos comportamientos y hábitos a los que viven atados para vivir en coherencia a lo que realmente es esencial para ellos.

Esa renuncia puede estar impregnada de tristeza al soltar viejas costumbres, también de alegría al darse cuenta de que pueden vivir y sentirse vivos de una forma distinta. Es en ese instante cuando brota del alma una alegría serena que nos nutre de fuerza, confianza y sobre todo de libertad para elegir soltar costumbres, hábitos que nos alejan de nosotros mismos de nuestra calidad de vida y plenitud.

Me pregunto, ¿es necesario llegar a tener una enfermedad grave y rozar el umbral de la muerte para parar, reflexionar sobre lo qué es y no es esencial para sentirnos vivos? 

— ¿Estamos dispuestos a renunciar a lo que hoy no nos sirve?

— ¿Hay algo en nuestra vida a lo que queremos renunciar y no nos estamos atreviendo hacer?

— ¿Qué arriesgamos y que podemos ganar?

“En el fondo la vida es una danza de nacimiento y muerte”

La tristeza está muy presente en nuestro día a día, es una de la emociones que muchas veces rechazamos, porque nos invita a parar, y en una sociedad hiperactiva, en la que se honra al rendimiento le damos en general poco espacio.

Cuando nos sentimos tristes, nuestro cuerpo se afloja, se vuelve blando. La tonicidad de nuestros músculos baja y nos deja en ese estado de sentir ganas de “hacer nada”.

Para algunas personas, nada es más duro que no hacer nada en este mundo en el que nuestro valor está determinado por nuestra productividad. Un valor que hemos adquirido y le hemos situado en la parte alta de la jerarquía de valores, algunos de forma consciente y otros tal vez inconscientemente. Las redes se inundan de mensajes de todo lo que hacemos: es como si nuestra reputación tuviera que ver con todo lo efectivos y productivos que somos.

Y me pregunto, ¿este valor y culto a la eficiencia y la productividad es mío, lo he heredado, lo he comprado? ¿Qué quiero y elijo hacer con él? ¿Lo estoy consumiendo o usando?

La tristeza nos ayuda a gestionar las pérdidas.

Cualquier tipo de pérdida. No alcanzar algo que deseo alcanzar es motivo de pérdida y despertará a nuestra tristeza.

Cuando le abrimos nuestro corazón viene a regalarnos momentos de silencio, momentos para hacer nada, ¿para qué ese regalo?, ¿qué sentido tiene? Nos brinda la posibilidad de escuchar al corazón y alejarnos del ruido de nuestra mente.

Te invito a la siguiente reflexión: ¿Cuánto permiso te das para conectar con la tristeza? Del 1 al 5

La tristeza se transita, no se medica.

Veo una gran belleza en esta emoción, que cuando la acaricio y me acaricia la siento suave y tierna. Me empuja con delicadeza a la profundidad de mi ser, para que me repliegue hacia mi misma y me mire con amor y ternura, para que desde esa mirada conecte con lo que realmente es importante y lo que constituye un valor esencial. Y sobre todo para que me cuestione el sentido profundo de mi vida. Gracias a ella pongo luz a mi interior para ver cosas de mi que antes no veía.

Qué poderosa y majestuosa es la tristeza, cuando fluyo con ella.

Puedo convertirla en una intima amiga con la que mantener conversaciones profundas. Podemos escoger un lugar especial, para conversar con ella. En mi caso es un espigón de la playa. En él, hablo y lloro conmigo misma,y os garantizo que después salgo con una energía renovada, con unos ojos más limpios porque la tristeza me ha permitido verme y mirarme con los ojos del corazón.

Creo muy importante tener claro que perder algo, no es perderme a mí.

En esos espacios de silencio puedo observar mis juicios, decía Marco Aurelio que: “Si alguna cosa te entristece, no es ella la que te entristece, sino el juicio que te formas acerca de ella” Así pues podemos cambiar nuestra forma de interpretar lo que ocurre.

La sociedad, la humanidad, el planeta, sufre una enfermedad que nos ha obligado de repente a parar, y frente a eso aflora una tristeza colectiva.

Creo también que la tristeza nos conecta a nuestra espiritualidad.

Mi sensación, mi termómetro me dice que estamos en la puerta de una nueva dimensión evolutiva, en la que tendrán más presencia los valores relacionados con la espiritualidad, con la filosofía, con lo místico, con la dignidad humana. Por consiguiente muchos sistemas de creencias, estructuras organizativas, no tendrán sentido de existir.

La espiritualidad requiere de la disciplina de vivir alineados y en armonía a los valores que sentimos como propios, esenciales que aportan propósito y sentido de vida.

Creo que la tristeza, cuando nos invita a parar lo hace con la intención de que conectemos con nuestra dimensión espiritual, con nuestra sabiduría interior.

La tristeza colectiva que podemos experimentar en este momento en las organizaciones también puede servirnos para reflexionar sobre su dimensión espiritual, cuáles son sus valores y si se vive en coherencia a ellos, el verdadero y auténtico propósito y sentido de vida. Valorar si está alineada a las necesidades de la humanidad y del planeta, es decir ¿cómo contribuye a la sostenibilidad?

Es un momento para evolucionar juntos, en comunidad y para ello necesitamos:

  • Parar y reflexionar
  • Ser resilientes, aguantar el tirón, diría mi madre
  • Actuar con responsabilidad y autoliderazgo
  • Tomar decisiones de valor y con sentido
  • Escuchar las necesidades de la sociedad, la humanidad y el planeta

Y cuando te sientas triste, llora, vacía el pozo de tus lágrimas: un poema de María Fernández Heredia:

— Deja que se vayan, Lucía – dijo la abuela desde algún lugar.
— ¿Quiénes?
— ¡Las lágrimas! A veces parece que son tantas que sientes que te vas a ahogar con ellas, pero no es así.
— ¿Crees que un día dejarán de salir?
— ¡Claro! – respondió la abuela con una sonrisa dulce. — Las lágrimas no se quedan demasiado tiempo, cumplen su trabajo y luego siguen su camino.
— ¿Y qué trabajo cumplen, abuela?
— ¡Son agua, Lucía! Limpian, aclaran… Como la lluvia. Todo se ve distinto después de la lluvia…

Escúchalo en podcast



La tristeza es una de las emociones que puedes aprender a gestionar:


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