Quiero contar una historia, la mía en la ceremonia de certificación como coach.
Seguro que hay una historia por cada una de las personas de las promociones 113 y 115 que acudimos, el pasado viernes, a la entrega de diplomas tras haber cursado el Programa de Certificación en Coaching Ejecutivo en la EEC.
La tarde empezó con nervios y emoción de ver y oír a compañeros, profesores y coaches, personas que nos han acompañado en este proceso transformador que ha sido el Programa de Certificación. También estaban los familiares y los amigos que, durante toda nuestra formación, han aguantado preguntas nuevas y nos han escuchado hablar del cambio de observador, de la creencia limitante, de la liviandad, del para qué y qué te impide ¦ quedándose boquiabiertos y pensando, ¿por qué habla tan raro?, ¿será grave?
El momento más especial llegó, cuando uno a uno, los nuevos coaches fuimos explicando por qué o para qué nos íbamos a declarar coaches. Cada uno contó su pequeña historia, legítima, y cada uno utilizó sus propias palabras, esas que hemos aprendido que no son inocentes.
En todas las declaraciones hubo interés y amor por las personas y, también, muchos compromisos, de todo tipo. Tal y como yo lo veo, sin compromiso no hay coaching: compromiso del coach con el acompañamiento de su coachee y compromiso del cliente con su aprendizaje y su reto. Si no hay compromiso, podrá haber mejora, acciones nuevas, pero no transformación.
Y, por eso, mi declaración de por qué quiero ser coach la centro en el compromiso que, abiertamente, declaro tengo con la Humanidad.
Como escribe en su artículo La vida como préstamo, José Manuel Otero Lastres, la vida nos la entregan, es un regalo, y luego la devolvemos, y en ese viaje intermedio que es la vida, tenemos que utilizar todo lo que generaciones anteriores nos dejaron para construir la mejor versión de nosotros mismos, para así poder aportar nuestro granito de arena para generaciones futuras que de nuevo recibirán el regalo de la vida para entregarla una vez hayan aportado su mejor yo.
No se me ocurre mejor forma de cumplir con este compromiso que estar en continuo aprendizaje e incluir en la mochila de mi viaje el coaching, disciplina desde la que conseguir esa mejor versión de mí misma y de aquellos a quienes acompañe.
El compromiso volvió a surgir con fuerza en la última parte del acto, con la lectura de las normas del Código Deontológico de ICF.
Nos declaramos coaches y nos comprometimos a cumplir y a respetar estas normas que regulan la profesión. La jornada finalizó con la alegría de los recién estrenados coaches y el orgullo de aquellos que habían querido acompañarnos.
Todo eso sostenido, como siempre, por el equipo de EEC que hace que todo fluya con una naturalidad maravillosa y que todo parezca fruto de la casualidad y no del trabajo de muchas personas que se empeñan, cada día, en seguir avanzando para que el Programa de Certificación œgoce de excelente salud , como, una vez más, se puso en evidencia en este acto.
Desde aquí, mi agradecimiento más sincero a todos y cada uno de los que componen esta gran familia que es la ESCUELA EUROPEA DE COACHING.