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Un cordón y un zapato de mi número

Por Anais Rubió-Galván, Coordinadora de EEC Alumni y  Executive coach por la EEC.  

  • "Por favor Dios, ayúdame a encontrar un cordón y un zapato de mi número Petición a Dios de un prisionero de Auswitch".  Extraído de 'Maus' (Art Spiegelman). 
  • "La libertad interior puede elevar al hombre muy por encima de su destino adverso",  Viktor Frankl ' El Hombre en busca de sentido' me ha marcado especialmente. 

Cualquier palabra que intente explicar cómo ha contribuido a cambiar mi vida, violaría mi experiencia introspectiva. Este relato es mi única forma de expresarlo y, a la vez, es mi tributo a Viktor Frankl. Aquel día me di cuenta de lo relativa que podía ser la felicidad. Ese día "tan solo" encontré mi cordón y un zapato de mi número y me creí la persona más afortunada. 

25 de agosto de 2011, tomé un tren desde Cracovia hasta Praga. Perfecto, llegaría a las 21 horas allí y tendría tiempo para ver Praga de noche. Ilusa de mí. Los polacos no hablan mucho inglés, una confusión y la torpeza del viajero recién aterrizado, hicieron que perdiera la conexión a Praga. Me encontré en Katowice, una ciudad que ni siquiera tenía turismo nacional. La señora de la ventanilla de billetes, todavía con remanentes comunistas, me indicó que el siguiente tren era a las 00 horas. Eran las 16:00 de la tarde.

No tenía guía de aquel lugar, estaba sola y la noche anterior había dormido en el aeropuerto. Me esperaba una noche durmiendo en un tren nocturno, menos mal que fue después de aquella noche cuando leí en la guía que dichos trenes no eran recomendables para chicas solas. Así que, como tenía 8 horas libres, me dediqué a recorrer la ciudad, lástima que no pudiera encontrar ni un atisbo de belleza, todo era feo, pero feo de verdad.

A las 21 horas me hallaba ya de vuelta en la estación de tren, como el nuevo billete me había costado 60 euros, no quería hacer más gasto. Por tanto, intentaba deambular de un sitio a otro sin comprometer mi monedero. Cené el embutido envasado al vacío que traía de España y me dediqué a observar a una pareja de viejecitos que hacían lo mismo en el banco contiguo.

Sin embargo, algo me preocupaba, no tenía casi batería en el móvil ni en la cámara y, sinceramente, me daba miedo viajar sin móvil en un tren nocturno y sin cámara (no fuera a ser que algo grande ocurriese en ese trayecto tan poco recomendado en las guías de viaje).

Empecé a necesitar algo más que un banco y una loncha de chorizo metida en un pan de supermercado. Necesitaba un baño amplio (en Polonia los baños son de pago y suelen ser chiquitos) para cambiarme, pues ésta sería la segunda noche durmiendo en lugares impropios. Además, necesitaba cargar mi móvil y mi cámara.

Tenía, por tanto, dos necesidades insatisfechas, motivo de un malestar que se hacía creciente conforme pasaban los minutos. Y entonces todo fluyó, de una manera increíble. A lo lejos vi un bar de kebabs. Me acerqué y, para mi sorpresa, tenía un único baño, pero eso sí, aquel baño era increíble, estaba adaptado y era enorme. Cabía mi mochila y podría desperdigar todas mis pertenencias buscando la muda y el cepillo de dientes. Mi felicidad subjetiva aumentó.

Pero no terminó allí la historia, había un reto más, necesitaba dos enchufes, no uno. ¿Cómo iba a encontrar dos enchufes en aquel bar? 

Estaba dispuesta a todo por mi necesidad imperiosa, incluso a pagar a las camareras por cargar mis aparatos. Pero entonces, vi algo, nunca antes unas tomas de corriente me parecieron tan armoniosamente distribuidas en el espacio. Sí, había dos enchufes, uno encima del otro y, lo mejor, estaban al lado de una mesa, que además estaba vacía. No podía creer lo que veían mis ojos. Así que me senté en la mesa cercana a las tomas de corriente. Entonces, me vino una tercera preocupación, ¿cómo voy a sacar semejante percal de aparatos con las dos camareras mirándome desde la barra?

Hay que decir que no había en aquel momento más clientes que yo. Recuerdo aquello que aprendí en EEC, cuando tienes un objetivo claro, los astros se alinean, y ¡qué verdad! De pronto las dos chicas desaparecieron en la cocina y tuve vía libre para preparar todo aquel tinglado. Corriendo saqué ambos cargadores y los conecté a mis dispositivos, colocando la mochila de tal manera que disimulaba aquel chiringuito. Justo cuando terminé de colocarlo todo, aparecieron ellas. No podía ser más perfecto. Ya estaba por aquel entonces acercándome a niveles muy altos de felicidad, subjetiva estaréis pensando, pero para mí era objetivísima.

Tenía todo lo que quería y, además, mi café y mi libro de Milan Kundera, compañeros asiduos de momentos de felicidad. Éstos eran pues los dos últimos ingredientes de aquel maravilloso momento. Fueron las 11 páginas más felices. Me abordaba una sensación de plenitud, de gratitud, de felicidad que no podía contener. Era feliz, lo tenía todo, tenía todo lo que necesitaba, mi cordón y mi zapato. Y pensar que si no hubiera perdido aquella conexión no hubiera comprendido la certeza de las palabras de Viktor.

Gracias, prometo ser una extensión de tus enseñanzas. Allá donde vaya.

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