Negar las emociones en la empresa es un precio que paga la empresa
Expresar las emociones en la empresa está mal visto, pensamos que ser un buen profesional es tener las emociones congeladas. Y, sin embargo, esto lo que produce es un efecto rebote dentro y fuera de la empresa, por un lado, y también un pérdida de un recurso esencial para conseguir lo que queremos. Por María Ancochea, Directora Académica de la EEC en Madrid.
El precio que pagamos por negar las emociones en la empresa es altísimo. Muchos son los desbordamientos emocionales dentro de los equipos y demasiados también los que ocurren cuando llegamos a casa y pagamos las horas de tensión con los que más amamos por no darle a las emociones el espacio que necesitan cuando lo necesitan. No queda aquí el daño. Al desbordamiento se suma la pérdida de riqueza que supone no tener un espacio para las emociones dentro de la organización, el daño de no aprovecharlas en su auténtico esplendor para convertirlas en auténticos aliados de lo que queramos conseguir.
Lo que ocurre cuando sí se expresan las emociones en la empresa
¿Qué ocurriría si se fomentara que en los propios lugares de trabajo pudiéramos hablar de las emociones sin sentirnos juzgados? ¿Qué pasaría si aprendiéramos a contagiar las emociones que son necesarias para conseguir lo que necesitamos? Lo que ocurriría es que se reduciría muchísimo el estrés , que es producto de separar la emoción de la acción. Vivimos en esta separación, divididos entre la acción, que va por un lado, y la emoción, por otro.
Muchas veces se juega con los niveles de estrés y de presión para conseguir eficacia, si la gente está con mucha presión van a hacer lo que tienen que hacer, se piensa. Sí, como burros, a base de palos y de zanahorias, pero no como personas. También hay mucho que hacer para aumentar la creatividad en las empresas si reducimos el nivel de miedo, de preocupación, que no deja aflorar lo mejor de las personas. Hay muchas personas que están en el trabajo y en realidad es como si no estuvieran, precisamente porque se sienten emocionalmente tan alejadas de lo que está ocurriendo allí que no pueden dar lo mejor de ellas mismas. Está su cuerpo y estarán haciendo lo que tienen que hacer pero emocionalmente están en otro lugar, están desconectadas. Posiblemente, estén en entornos áridos y duros. Si diéramos la vuelta a estas situaciones podríamos hacer que aflorara lo mejor de cada uno de los empleados.
Aprender cuál es la emoción que necesitamos para lo que queremos conseguir es una noción fundamental. Si se diera un espacio para reconocer el miedo que se tiene, las dudas que nos invaden, la sensación que nos produce ser tratados de una manera o de otra se generaría otro tipo de vínculo dentro de la empresa, otro tipo de relación, se escucharía lo que está pasando y el líder tendría mucha más capacidad para modificar y hacer propuestas que pudieran cambiar el ambiente emocional dentro de la empresa.
El líder puede sacar provecho de las emociones
Así, un líder que está al servicio de su equipo, para conseguir un resultado y compartir una visión común, necesita ser muy hábil y entender la emoción de su propio equipo. A veces los líderes quieren eso, entender la emoción de su propio equipo, pero sin mojarse mucho. Sin embargo, es muy difícil acompañar en la emoción al otro si uno mismo no sabe ni casi recuerda cuáles son sus emociones. Por tanto, el primer trabajo de un líder es generar un espacio para legitimar su propia emoción , para aceptar que él o ella también tiene derecho a tener miedo, a la rabia, a la alegría.
Un primer paso al alcance de todos
En general y como conclusión, seas líder o no, date el espacio, date todo el espacio del mundo. El cuerpo es el escaparate de las emociones y, sin embargo, qué poco tiempo le dedicamos, qué poco le escuchamos, comemos rápidamente delante del ordenador, dormimos lo menos posible... Párate a mirarte y a sentirte, dedícate ese tiempo. Date espacio y genera lugares donde puedas permitirte sentir.