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Gamificación: 10 claves para educar cuando el vídeojuego entra en casa

Fernando Vargas
Executive Coach por EEC
PCC por ICF
Director de proyectos

Hace unos meses que mi hijo se pasa horas a la semana jugando a Fortnite en su consola portátil. Mientras yo observo cómo juega, trato de buscar un lado positivo a esta realidad haciendo un esfuerzo por llegar a una conclusión que me tranquilice.

Por fin, el pasado sábado he cerrado el círculo y ahora estoy convencido del componente educativo que tiene este hábito. Es obvio que aprendemos jugando, es la base de toda la corriente de gamificación y de las teorías psicopedagógicas principales sobre el desarrollo evolutivo. Entonces, la pregunta en este caso es ¿qué está aprendiendo mi hijo a través de este juego?

Mis conclusiones apuntan diferentes aspectos, todos ellos complementarios e importantes para su desarrollo psicosocial, y por qué no, profesional.

1.- Juega con otros. Es una característica que le ayuda a tener otros referentes que no sean sólo el círculo cercano de la familia, o los amigos más íntimos. En ocasiones juega solo y en otras, juega en equipo dentro de un escuadrón (squad) con el que necesita coordinarse y cooperar para ganar en equipo y conseguir sobrevivir. Este escuadrón está compuesto por personas que conoce y personas que no, y eso no marca ninguna diferencia a la hora de cooperar por el mismo objetivo: ganar la partida en equipo. La comunicación es un aspecto clave para hacer el equipo más efectivo y él juega con cascos y micro para mantener diálogo constante con sus compañeros de equipo.

2.- Es parte de un sistema. Él se siente parte de una “comunidad de gamers”, de una red de personas con unos intereses similares, donde las diferencias no importan, solo el objetivo común. Dentro de esta red, tiene sentido compartir conocimiento, trucos, estilos, para ir perfeccionando el desempeño y mejorar los resultados.

3.- Con los pies en el suelo. En su edad, la oposición a otros es parte de su propia reafirmación. Al medirse con otros jugadores, descubre que, por el mundo, siempre puede encontrar a alguien más hábil que él, por muy diestro que se crea. Este aprendizaje le ayudará a tener los pies en el suelo, incluso fuera del juego.

4.- A veces gana y a veces no. Qué importante es aprender a perder. Cada partida que pierde, es una buena oportunidad para refinar su forma de juego para la siguiente partida. Esto transforma el juego de manera natural en una situación de “ganar o aprender”, sin que la derrota le cause mayor frustración. Por el contrario, se va convirtiendo en mejor jugador a medida que juega y practica. Tal vez esto sea la base de su mejora continua para el futuro.

5.- Toma decisiones en velocidad. A lo largo de toda la partida, no para de tomar decisiones en todo momento. Algunas son individuales y otras son tomadas de manera colectiva y con un cierto grado de alineamiento dentro del propio escuadrón. Cada decisión conlleva una renuncia y eso le obliga a mirar sólo para adelante en todo momento, tanto a la hora de elegir en qué parte del mapa caer, hasta qué arma elegir, qué casa explorar, a qué enemigo atacar, cuándo esconderse o cuándo atacar. La peor decisión es la que no se toma por miedo y en el juego es una continua toma de decisiones, casi sin tiempo para evitar tomarlas, porque entonces es hombre muerto.

6.- Define una estrategia. Algunas de estas decisiones, anteriormente comentadas, están sustentadas en una estrategia previa, que les da sentido. La estrategia depende de muchos factores, que son tenidos en cuenta anteriormente: qué tipo de partida es, cuánto tiempo de juego queda, cuántos enemigos quedan, cómo son sus niveles de armamento y escudos, etc. En el campo de batalla, para tener éxito, necesita tener una estrategia de juego y estar listo para reajustarla en velocidad según el dinamismo y el cambio de la propia evolución de la partida. ¡Cómo se parece esto a la vida misma!

7.- Se divierte. Un juego es para divertirse, es su esencia y misión principal. La diversión moviliza el deseo y, por tanto, el aprendizaje. Se divierte solo y con otros. Esto le permite compartir experiencia, emociones y complicidad con gente que conoce y que no. Esta motivación le sirve de refuerzo para complementar tiempo de juego con otras actividades no tan placenteras, pero también necesarias en su día a día, aprendiendo a posponer el momento de juego a tiempos especialmente dedicados para ello.

8.- Se auto-regula. En relación con el punto anterior, mi hijo está aprendiendo a regularse en algo tan importante como es el tiempo de dedicación, construyendo su propia toma de consciencia sobre tiempo de juego y tiempo para otras cosas. Él mismo ha decidido el tiempo límite para dedicar a la consola cada día y yo no he activado el límite de control parental que ésta tiene, pues observo que cumple su propio criterio limitador, en el informe que la aplicación me ofrece.

9.- Socializa también fuera de la consola. La consola no es el lugar exclusivo de socialización. Fuera de ella, el juego se convierte en motivo de conversación y punto de encuentro para debates y tertulias llenas de emoción entre sus iguales.

10.- Negocia. Este es el punto que descubrí el sábado pasado, cuando me comentaba la nueva temporada y sus actualizaciones, entre las que se encuentra un “pase batalla” que cuesta 10 euros y que son los primeros que quiere invertir dentro del juego. Él sabe que la base de su juego consiste en no “picar” en los estímulos para poner dinero dentro del juego (el juego fue gratis dentro de esta consola). Su interés por hacer su primera inversión, le llevó a ofrecerme diferentes argumentos para obtener mi autorización y mis diez euros, claro. Fue capaz de salvar con humor, picardía y originalidad cada uno de mis argumentos en contra de este gasto dentro del juego. El último de sus argumentos consistió en defender que con el pase batalla de 10 euros, multiplica su revaloración dentro del juego con la que pasa de fases, lo cual se traduce en menos horas necesarias de juego para obtener el mismo resultado. O sea, que se “vicia menos”. Visto así…pareciera que están bien invertidos.

Cuando, yo no terminaba de convencerme, mi hijo me preguntó que pensarían los Reyes Magos. Como no soy adivino, solo queda esperar y ver qué pasa con la magia de la Navidad. Mientras tanto, miro a mi hijo y le veo crecer en competencias, criterios, valores, recursos… y yo aprendo al verle crecer y me emociono con sus emociones.

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