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El reto de ser pacientes hoy y siete maneras de conseguirlo

Manuela Rama
Executive Coach por EEC
PCC por ICF
Académico y Desarrollo de negocio

Conectar con la paciencia es conectar con la paz, la serenidad, la templanza, el silencio interior y el respirar hondo y pausado. Es una habilidad intangible que apenas percibimos, pero que sí reconocemos y admiramos cuando alguna persona se muestra paciente: “qué paciente eres” o “cuanta paciencia hay en ti”.

Muchos recordamos a algún profesor que tuvo la “santa paciencia” de acompañarnos en nuestros aprendizajes y en nuestras confusiones, también al líder que, ante nuestros errores, supo mantener la calma y sostener el ritmo y el tempo que necesitábamos para integrar habilidades, competencias, conocimientos y/o actitudes. Algunos, también tuvimos la suerte de tener el ejemplo del “ser paciente” en nuestro entorno familiar. Probablemente, en todas estas personas, destacamos esa capacidad de autocontrol en momentos de incertidumbre y de dificultad, de perseverancia y de saber esperar, además de una elevada capacidad de empatía.

La paciencia como valor nos permite gestionar las relaciones personales y los proyectos profesionales con mayor excelencia. Hemos oído y dicho muchas veces: “la paciencia es la madre de la ciencia” y pienso que podemos incorporar también que la paciencia es la ciencia de la paz.

Como todas las habilidades, requiere ser entrenada

La paciencia requiere “saber esperar”, lo que no casa con la sociedad que estamos creando y el culto que ejercitamos a la rapidez y a la inmediatez. Vivimos en la cultura del “YA”, donde casi todo es para “ahora mismo” o incluso para “ayer”. La tecnología nos lo pone fácil y nosotros caemos en su propia trampa. Una trampa de la que a veces nos cuesta salir.

Es curioso que la palabra “paciencia” provenga de la raíz latina “pati”, que significa sufrir, y que el participio “patiens” se incluyera en el castellano como “paciente” (en hospitales), que tiene que ver con el que sufre. Si lo pensamos, así es precisamente: la paciencia conlleva un cierto sufrimiento, aunque con un matiz importante. El sufrimiento de la paciencia se vive con aceptación y dignidad, con la esperanza de que con el paso del tiempo y la perseverancia en las acciones que realizamos día a día, nos veamos recompensados. Esto nos permite transitar por situaciones difíciles o caóticas, manteniéndonos serenos y fuertes a través de nuestra fuerza interior. Esa fuerza, que aflora como una luz, nos facilita ver cómo transformar la adversidad en un auténtico aprendizaje de vida.La paciencia es la maestra que nos enseña a rebelarnos pacíficamente, exenta de resentimiento y de ira.

Como decía el filósofo francés Emmanuel Mounier, la paciencia es la revolución del corazón. Saber esperar constituye un acto de fuerza y de coraje, pues durante la espera afloran nuestros miedos. Conviene, entonces, entrenarla y aprender a aceptar el sufrimiento que, a veces, genera el desconocimiento, la incertidumbre y la falta de control sobre las cosas, las personas y la propia vida.

La antítesis a la paciencia: la impaciencia

¿Cuánta impaciencia observo en el día a día? ¿En mí, en los demás, en los diferentes contextos por los que transito a lo largo de una jornada?

A veces pienso, que hemos perdido la capacidad de esperar y de sufrir, que hemos perdido la paciencia. La cola del supermercado se nos hace eterna si hay más de tres personas delante. Si entramos en una sucursal bancaria y no nos atienden con la rapidez que queremos, nos impacientamos. En casa, si se no hacen las cosas al ritmo que creemos adecuado, nos ponemos nerviosos. En el trabajo, con nuestros compañeros, clientes o proveedores, en la cola del cine, en los atascos… Desde un observador paciente, podemos pensar que todos estos son momentos que la vida nos está regalando para APENDER A ESPERAR CON CALMA Y EN PAZ.

Es cierto que la tecnología nos invita a no esperar con mensajes, llamadas y estímulos a los que estamos reaccionando ya sea caminando, conduciendo o comprando, al punto de que podemos llegar a convertirnos en víctimas del maravilloso y eficiente mundo tecnológico. En general, nos hemos acostumbrado a tener y a disfrutar de aquello que queremos de forma rápida. Habitamos en el ¡ya! y eso nos aleja de la práctica de desarrollar resiliencia y fuerza interior.

Si la paciencia es luz, la impaciencia es oscuridad

En nuestras relaciones la paciencia nos une y la impaciencia nos aleja, pudiendo llegar a producir la ruptura. Si nos observamos en esos instantes en los que la impaciencia se apodera de nosotros, vemos que sufrimos desasosegadamente con inquietud, frustración o rabia, emociones que nos alejan de nuestro bienestar. En esos momentos, nuestro cerebro deja de generar serotonina, la hormona del bienestar.

Aceptar que todos tenemos nuestro propio ritmo para caminar, para crecer, para desarrollarnos, para sentir y expresar nuestras emociones puede ser una buena estrategia para incorporar más paciencia en la vida cotidiana. Y para aceptar también los ritmos de nuestra vida.

Algunas veces, nos exaspera ver que el ritmo del otro o de las cosas sea distinto al que nosotros creemos ha de ser. Ponemos una etiqueta de “lento”, ya sea a una persona, un ordenador, un móvil… En el fondo, es una actitud “inmadura”, más cercana a la del niño que a la del adulto.

Hay estudios que confirman que cuanto más evolucionada es una sociedad con relación al bienestar social, económico y tecnológico las personas que la habitan viven con mayor exigencia, con más impaciencia y menos aceptación a la lentitud. Son contextos en los que impera el “corre, corre” y, a menudo, se asocia el ser paciente a un signo de debilidad. Desde mi mirada, creo que eso es un error. Creo que la paciencia es una gran fortaleza que nos habilita para cultivar y cuidar lo que realmente nos importa en la vida, ya sea en el contexto personal, laboral, social, emocional y/o espiritual.

Kant decía: “La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte”.

Hemos oído y dicho también que la paciencia tiene un límite y así es. Conviene poner límites ante el avasallamiento, indiferencia o pasotismo de los demás para poder ocuparnos y responsabilizarnos de nuestras necesidades. 

Y yo me pregunto, todo esto, ¿para qué?, ¿para qué este ritmo frenético?, ¿qué sentido tiene tanto correr?, ¿tiene que ver con la búsqueda y la necesidad de reconocimiento, de aprobación y aceptación de los demás?

Vivir en un estado de inmediatez y de urgencia constante constituye un grave problema. Nuestro organismo no está preparado para estar en una situación de alerta constante. Resulta un peligro para nuestra salud, pues nuestros órganos vitales se desgastan. El sueño es un instrumento reparador de ese desgaste y, sin embargo, cada vez dormimos menos y peor. A veces, dormir menos es fruto de esa impaciencia, al dedicar más horas a hacer y a conseguir, y menos a descansar.

Entrenando la paciencia

¿Podemos aprender a ser pacientes? Cómo decíamos antes, toda habilidad puede ser incorporada. El primer paso es reconocer tanto la paciencia como la impaciencia en uno mismo. Ademas, aquí os dejo algunos paso más: 

  1. Siendo conscientes de nuestra impaciencia.
  2. Siendo pacientes con nuestra propia impaciencia.
  3. Practicando la respiración serena, profunda y consciente.
  4. Desarrollando nuestra creatividad en esos momentos de espera, ocupando ese tiempo en escucharnos, en observar a nuestro alrededor, en practicar el silencio interior o en leer.
  5. Empatizando con nosotros y con los demás.
  6. Aceptando nuestro propio ritmo, el de los demás y el de la propia vida.
  7. Responsabilizándonos de vivir en el aquí y ahora.

¿Te animas a tomar responsabilidad en el reto de ser paciente hoy?

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Comentarios
pinupcasinoo - 12-02-2021 16:25 Responder
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