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Conversaciones en familia con adolescentes: las reglas que vivimos

Rosa Barriuso
Executive Coach MCC por ICF

En los momentos que vivimos, los padres y los adolescentes reciben consejos y recomendaciones por todas partes. En prensa, en las redes... . Es tan fácil aconsejar. Sin embargo, es mucho más difícil llevar a cabo los consejos. Los coaches no damos consejos, sino que acompañamos a las personas a que encuentren su propia forma de actuar, siendo más conscientes de lo que a las personas nos mueve a la acción. 

 

El confinamiento ha podido ser la gran oportunidad de hacer consciencia sobre cómo nos encontramos en nuestras relaciones y en nuestra convivencia, y poder así, hacer los cambios precisos para lograr incrementar nuestro bienestar. Podemos hacer balance de cómo nos ha ido y si hemos sacado el provecho que queríamos de este tiempo.

Seguro que, en este momento, ante estas reflexiones, muchos ya estaréis pensando en el nivel de satisfacción o disgusto que experimentáis sobre vuestras relaciones durante este tiempo. Es interesante pensar que eso que sentimos no es fruto de lo vivido, sino una manifestación de la regla con la que medimos lo vivido.

Tres pregunas sobre la regla de lo vivido hacia los adolescentes:

  1. ¿Con qué “regla” mides la relación con tus hijos? ¿Cómo sabes que es objetiva?
  2. ¿En qué me baso para valorar su comportamiento, sus acciones, sus contestaciones?
  3. ¿Cómo convivo con esta etapa de la vida de la familia? Porque la adolescencia no la vive sólo el adolescente, la vive también la familia que acompaña al adolescente.

Con la intención de lograr algo de objetividad en esa valoración vamos a aportar una serie de datos relativos a esta etapa.

Nuestro punto de partida necesariamente ha de ser el cerebro adolescente.

Las investigaciones actuales, nos muestran que fundamentalmente los cambios que se producen en esta etapa evolutiva del ser humano provienen esencialmente de cómo el cerebro adolescente experimenta una gran transformación.En su libro “Tormenta cerebral” Daniel J. Siegel, nos ayuda a entender mejor cómo evoluciona en esta etapa el cerebro y qué efecto causa en los adolescentes.

  • ¿Porqué somos la única especie que experimenta estos cambios en su cerebro?
  • ¿Porqué sólo los seres humanos tenemos crisis de adolescencia?

La adolescencia, una posible explicación desde la antropología.

El desarrollo del cerebro adolescente surge como una necesidad de la especie para evitar la endogamia. Cuando nuestros antepasados empezaron a asentarse en pequeñas tribus era necesario que hubiese una serie de individuos que no tuviesen miedo a salir del entorno conocido y seguro y que lo hiciesen en grupo para poder protegerse mutuamente de ataques o depredadores.

Esto puede dar sentido a las peculiaridades que las investigaciones actuales nos muestran sobre cuatro características especificas en el desarrollo del cerebro adolescente durante esta etapa.

4 características en el desarrollo del cerebro adolescente

1. Búsqueda de novedades y atracción por el riesgo.

  • Motivación interior por probar lo nuevo
  • Experimentar, si está prohibido mejor… Salir de las reglas establecidas. 
  • Potencian el alejamiento y la transgresión.

2. Implicación social con iguales.

  • Nuevas amistades.
  • Distancia con los padres.
  • Fidelidad al grupo de iguales.

3. Aumento de la intensidad emocional.

  • Alta energía, entusiasmo, vitalidad
  • Impulsividad. Cambios de humor. Reactividad

4. Experimentación creativa.

  • Estrenan el pensamiento conceptual y el razonamiento abstracto.
  • Búsqueda del sentido de la vida. Crisis de identidad.

Normalizar y entender para mejorar las relaciones

Teniendo en cuenta que éstas son las características de un cerebro adolescente, quizá podríamos normalizar y entender mejor sus comportamientos. Si logramos esto puede ser más fácil valorar las relaciones con nuestros hijos en esta etapa de una forma más satisfactoria.

Si conectamos con nuestra propia adolescencia de una forma sentida, es decir, no sólo con datos que recuerdo de entonces, sino también de cómo me sentía, o cómo pensaba, de cómo veía mi vida, mi cuerpo, mis padres, mis relaciones… Si conecto con eso que experimente en esa etapa, seguro que puedo empatizar y acercarme mejor a la convivencia con mis hijos adolescentes.

El truco no es cortar la “cascada”, que no se puede. Es su propia fisiología la que les mueve. El truco es “canalizarla”

La verdadera maestría es amar el “ser” para poder educar el “hacer”.

Cuando nuestro hijo era un bebé a pesar de que no nos hablaba, conseguíamos comunicarnos con él. Cuando nuestros hijos son pequeños, educamos lo que hacen sin dudar de lo que son. Cuando llega la adolescencia, esa predisposición de su cerebro a revelarse, a contrariar, a salir, a retar, a veces puede llevarnos a creer que están en nuestra contra y entonces no sólo dudamos de lo que hacen sino también dudamos de lo que son.

¿Cómo sería si todas esas características del cerebro adolescente las entendiéramos como peculiaridades positivas? ¿Qué podría aprender de él? ¿Y si mi hijo pudiese ser mi maestro?

Entender las características del adolescente como oportunidades:

  1. Sería entender la búsqueda de novedades y atracción por el riesgo como curiosidad apertura al cambio.
  2. La implicación social con iguales como creación de conexiones de apoyo mutuo, sentido de pertenencia
  3. El aumento de la intensidad emocional como vida vivida con energía y entusiasmo
  4. Experimentación creativa. Replantearnos nuestro concepto de nosotros mismos y el sentido de lo posible. Si les ayudamos a parar y pensar posibles consecuencias, en lugar de criticarles o juzgarles por sus malas decisiones.

Normalizar los comportamientos propios de la adolescencia, puede ser una buena oportunidad de dejar de enfadarnos con nuestro hijo. 

No lo hace contra nosotros, es su fisiología. La transformación de su cerebro, le tiene secuestrado.

Porque lo contrario son juicios, exigencia y falta de empatía, el cóctel perfecto para el conflicto con un adolescente.

Mi pregunta final sería ¿Me relaciono con mis hijos entendiendo su realidad o les juzgo desde mi realidad?

Y si llevamos estas reflexiones a nuestras conversaciones:

  • Cuándo hablo o converso con mis hijos ¿Llego limpio de juicios a esa conversación? O ya traigo colgados los prejuicios y las etiquetas que tengo de ellos, como esas gafas que no me dejan ver lo que hay, si no sólo lo que ya sé.
  • ¿Conecto con el adolescente que fui para poder empatizar con la persona que tengo enfrente para conversar desde un registro que nos acerque, o por el contrario pretendo que sea él el que me entienda y asuma lo que yo pienso como una verdad absoluta?

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Rosa Barriuso es coordinadora y facilitadora del Programa de Especialización en Adolescentes y Familias en EEC.

 

 

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