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Al aceptarme y quererme siento que mis porquerías se escapan

Discurso de Ignacio, alumno de la EEC, durante la ceremonia de graduación del Programa de Certificación en Coaching Ejecutivo. Es curioso, estoy aquí, delante de mi ordenador, escribiendo estas palabras que os leeré el día 22 de mayo.  Y también estoy aquí hoy, 22 de mayo, delante de vosotros, leyendo en voz alta estas palabras.  Este estar en dos sitios da que pensar. El Ignacio del presente-presente y el Ignacio del presente-pasado, unidos a través de este texto, este agujero espacio temporal que une dos momentos y dos lugares. Mientras lo escribo me pregunto ¿seré la misma persona, el mismo Ignacio, cuando lo lea? ¿Habré cambiado?  Y pienso que sí, que claro que habré cambiado. Entonces ¿qué sentido tiene escribir estas líneas, éstas que ahora os estoy leyendo? Tener un discurso escrito es una forma de controlar la situación, sin duda, pero también una forma de traeros al Ignacio del pasado aquí, al presente, como un testimonio de transformación.                 Háblanos Ignacio del pasado ¿de dónde vienes y dónde estás? Hola, soy el Ignacio del pasado, el que escribe delante de su ordenador, hablando por la boca del Ignacio del presente, el que os recita aquí, delante vuestro. Hace un año estaba lleno de miedo, lleno de ira e inseguridad. Lleno de sufrimiento. Sentía pena por mí y rabia, y me castigaba por ello, preso de los juicios que yo proyectaba que los demás hacían de mí. Me decía: œser coach quizás sería una forma de lograr la admiración de los otros, de lograr su agradecimiento, de sentirme por encima y alimentar el pozo sin fondo de mi ego .   Me decía: œmundo, decidme que soy bueno , decidme que soy listo, hace rato que no habláis de mi inteligencia ¿pensáis que soy tonto? . Me decía œmierda, ese de ahí es muy listo , œmierda, que mal lo hago, que nadie se entere, pero no, ya me han calado, seguro que sienten pena por mí, seguro que se compadecen. NO QUIERO QUE NADIE SIENTA PENA POR MÍ, me odio solo de imaginármelo. Me odio, no me quiero . Todo esto me decía. Y lo de las emociones... de eso también hemos hablado mucho, lo que me ha estado costando la empatía, la gestión y la comprensión (que no el entendimiento) de las emociones del otro y de mí mismo. Me decía œentiende, entiende, entiende las cosas, céntrate en entenderlas. No pierdas el tiempo con otras cosas ¿Qué es sentir si no es entender? No lo entiendo . Hoy, fíjate qué cosas, aquí y ahora, sentado delante del ordenador pienso, ¿será este texto lo suficientemente ingenioso como para que la gente piense que soy muy listo? ¿Demostrará a los otros mi progresión? ¿Dirán œjo, Ignacio ha avanzado tanto ? Me digo œOjalá llore mientras lo leo para demostrarlo . Me digo œ ¿borro este último párrafo que me perjudica?  Como veis, no he cambiado tanto, sigo con mis cosas, mis porquerías y, sin embargo, me siento bien, hoy me siento feliz .  Digamos que antes había cosas maravillosas en mí, pero también horribles, y me odiaba. Hoy, mientras escribo, hay cosas maravillosas en mí, pero también horribles, y me quiero. Y esa es la diferencia. Y al quererme y aceptarme puedo aceptaros y quereros. Y al aceptarme y quererme, puedo sentir que esas cosas horribles, ese agua negra y estancada desde hace tanto tiempo empieza a correr , poco a poco, muy poco a poco, al haber encontrado en la roca una grieta fina, muy fina, por la que escaparse y unirse a algún río y liberarse. Ésta es la diferencia, ésto es lo que ha cambiado. Nada más y nada menos. Y hoy, Ignacio del presente, te lo pregunto a ti, sí, al que está leyendo el texto delante de tus compañeros ¿Dónde estás? Ya se acaban las palabras escritas, ya no puedes agarrarte al papel. ¿Nos lo cuentas?
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