A menudo las personas hablamos de suerte en nuestra vida cotidiana, apelando a la misma para esperar qué nos traerá o nos negará. Nos amparamos en nuestras creencias profundas, “Dios lo ha querido así”, “es mi destino”, “nunca podré, siempre tengo mala suerte”. Es una manera de situarnos ante el futuro, como sujetos pasivos sin capacidad de acción, sin influencia, sin posibilidades.
Al pensar así nos sentimos tristes, impotentes, abatidos, desanimados, frustrados, desmotivados, pesimistas y víctimas de un entorno que no tiene que ver con nosotros. Sin embargo, nos podemos mirar desde otra perspectiva, pensando que no se trata de la suerte como algo externo a nosotros…
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